Cumplo seis meses [y unos días] en Australia, más de medio año. Exactamente 193 días sin ver a mi familia y en los que me ha dado tiempo de vivir en tres casas, tener seis trabajos, ver dos tiburones y publicar un artículo en El Periódico de Catalunya [mi blog, mi promo]. Tiempo que he estado a 18.000 quilómetros de casa pero que he usado para aprender, para formarme como persona. 

Algunos pueden pensar que se ha de ser muy valiente para dar el paso, salir de tu zona de comfort e irte ocho meses a vivir a la otra punta del mundo, con otro idioma, otra cultura y todo al revés. Otros, que se es muy cobarde por no seguir luchando en casa. En realidad es una mezcla de las dos. Y como todo, tiene su parte buena y su parte mala: para mi 2015 ha sido un año irreal, algo irrepetible y probablemente el mejor año de mi vida. Pero no es nada fácil ver a tu familia a más de 20 horas de vuelo, tanto en los buenos como sobretodo en los malos momentos, y no estar ahí para celebrar o ayudar. Es muy duro. Por suerte, he aprendido algunas lecciones valiosas que quizás en un mañana le pueda enseñar a alguien.

En seis meses he aprendido a vivir, ya no al mes o a la semana, sino a vivir al día. A no saber si iba a llegar al jueves, que era el día que cobraba, porque el domingo había pagado dos semanas de alquiler y tenía solo $14 en la cartera. Al principio es jodido, luego te acostumbras y al final te buscas la vida para no volver a pasar por la misma situación otra vez. Así he aprendido a vivir por mi mismo, completamente, he pasado de ser sustancialmente torpe a ser el mejor camarero del mundo y todo por sobrevivir hasta el próximo jueves.

He aprendido a escuchar un no por respuesta, a hacer cientos de entrevistas de trabajo o trials [pruebas de trabajo], a enviar miles de currículum y que luego ni te contesten. He aprendido que si alguna vez tengo o dirijo una empresa, si puedo, contestar a todo el mundo. Y también he aprendido maneras, educación, respeto y algo de humildad, que ya me va bien. He perdido -en parte- el miedo al rechazo y me han enseñado a ser menos exigente, a esperar menos de las cosas y encontrarme sorpresas agradables, siempre sin perder la ilusión.

Dicen que la ignorancia se cura viajando y creo que no hay refrán más exacto en nuestra lengua: he conocido gente extraordinaria de todo el planeta, la mayoría buenas personas que han tenido que salir de su país por las circunstancias que fuere -por no tener trabajo, por buscar un futuro mejor o simplemente por conocer Australia, un sueño para ellos-. Personas extraordinarias que para mí siempre van a ser muy importantes por ser con las que he compartido mi año 2015, algunas más y otras menos, pero ellos son mi viaje a Australia.

No tengo todavía 23 años y muy bien se me tiene que dar para que éste no haya sido el viaje de mi vida. Porqué aquí es donde realmente he aprendido a viajar, solo o acompañado, planeado o por sorpresa, y a encontrar lugares off the beaten track en los que disfrutar. He aprendido como son las playas de Australia, la barrera de coral o a disfrutar una cerveza con un amigo tras doce horas de trabajo solo porqué me lo merecía.

Casualmente, puede ser que no haya aprendido nada a nivel periodístico; quizá no haya perdido un año pero si lo he desaprovechado laboralmente, y más tras cuatro años de estudios. Pero como persona creo que mejorado muchísimo. No como una buena persona, de las que ayudan y dan sin recibir nada a cambio, no; he mejorado como ser humano. Y al final, todo este conocimiento se puede aplicar a cualquier momento de mi vida o trabajo.

Y sí, también he aprendido un poco de inglés. Pero realmente, a veces creo que eso es lo menos importante.