Salto. Una de las definiciones de la RAE, la sexta acepción del diccionario, la explica como «progreso importante». También la describe como «despeñadero muy profundo». Sin punto intermedio prácticamente, prosperidad o caída mortal.

Y eso he venido a contaros hoy. Mi vida ha dado un pequeño gran salto, uno de 8523 kilómetros, 10 horas y 40 minutos de avión en vuelo directo y 6 husos horarios. Por los motivos que sea, que ahora no viene al caso, desde el pasado 23 de Enero a las 21:05, vivo en Bogotá, Colombia. Un pequeño salto, sí. Alquiler, un seguro médico, facturas, teléfono, cuenta de ahorros y todo lo que conlleva vivir en un sitio. Trabajo también.

Una gran aventura. Volviendo a la RAE, la primera acepción habla de «suceso extraño y peligroso» y la segunda, de «empresa arriesgada». Ambas son válidas, evidentemente. Después de casi un año de peripecias en tierras australianas y un año de valiosa rutina en Barcelona, echaba de menos una nueva aventura; esta vez, sin billete de vuelta.

No puedo quejarme: en los últimos tres años he pasado uno en Sídney, otro en Barcelona y este 2017 está planeado seguir en Bogotá. Para 2018 habrá otra sorpresa. La suerte es que uno puede ser periodista en cualquier lugar del mundo, pero hay cosas que solo se pueden hacer en un sitio. Esta vez he elegido Colombia para probar fortuna.

Mis amigos, mi familia, e incluso mi pareja me preguntaron si ya había pensado bien lo que iba a hacer. Evidentemente que no, ahí está la gracia de un salto, de una aventura. La inconsciencia, las ganas de encontrarse algo nuevo y luchar, pelear y salir victorioso. Si no, nunca hubiera saltado. Y es a cara o cruz: de un salto solo se puede salir exitoso o por los suelos, y de una aventura, triunfante o molido; pero cuando vuelva a casa –si vuelvo, mamá– victorioso o herido, lo haré con más experiencia. Según la RAE, «enseñanza que se adquiere con la práctica» o bien «acontecimiento que se vive y del que se aprende algo».

Por ahora podemos definir esto como un progreso importante, extraño, con un aprendizaje basado en la práctica, peligroso, con un despeñadero profundo en una empresa arriesgada y que voy a vivir en primera persona. Muy optimista debo ser para seguir adelante.

Tengo 24 años y sigo sin saber qué hacer con mi vida como tal. Me quedan aproximadamente unos 54 para decidirlo y 2 más para disfrutarlo, hasta los 80 que marcan la esperanza de vida del varón promedio. Y pienso descubrirlo a base de saltos, aventuras y experiencias, todas las que pueda. Al final, solo tengo 24 años y me faltan muchísimas cosas por hacer en mi vida.

 

Aprovecho, también, para presentar esta nueva aventura, otro salto con un despeñadero algo más pequeño, sin ninguna experiencia: esta es mi nueva página web. Bienvenidos todos.

@alejandroggo