Creo en la casualidad, más en la causalidad, pero también se dan circunstancias que la suerte sitúa en nuestro camino. También creo en el dicho ‘estar en el sitio y a la hora correcto’, bastante ligado a la suerte. No creo en el destino, ni en la vida después de la muerte. Por eso intento buscarle un por qué a casi todas las cosas, ahora que aún puedo. Mi consejo es siempre que afrontemos la vida como niños pequeños descubriendo el mundo con nuestros padres, preguntando el por qué de todo.

Los hay fáciles: soy del Barça, por ejemplo, porque además de que es el club de mi barrio, desde pequeño me han inculcado la filosofía culé, sobre todo mis tíos. Y eso que empecé con Gaspart. Más raro, soy de los Celtics porque cuando empecé a ver NBA a un nivel alto, allá por 2008, eran el equipo imbatible. Y por qué luego la ciudad de Boston me robó el corazón. Por eso también soy de los Pats y me alegran los triunfos de los Red Sox y, cuando me entero, de los Bruins.

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Y quizá la más importante: soy periodista -graduado en periodismo, no ejerciendo- porque desde pequeño he querido saber el por qué de las cosas. Explicar las cosas va más allá de traspasar la información de un lado al otro, del actor al oyente, lector o televidente. ¿Os acordáis de cuando el cuarto poder ponía en jaque a la política, el deporte o la cultura? ¿Cuando de verdad era un cuarto poder y no el hermano pequeño del poder autoritario? Sí, yo tampoco. Supongo que en la redacción de El País quizás alguno lo recuerde. ¿Y saben cuál es el problema? La carrera de periodismo, que es una mierda.

Lo digo así de claro, la carrera de periodismo es una mierda. Los cuatro años son divertidos, pero no por los estudios; más bien al contrario. «En la universidad estudiarás por fin lo que te gusta«. Los cojones. Entre primero y segundo suspendí 5 asignaturas: Historia del Pensamiento (dos veces), Estética, Sociología y Catalán. ¿Cuántas tienen que ver con periodismo? Exacto. En esos dos años solo recuerdo cuatro asignaturas sobre periodismo. Parecía idiota sacando cincos, y hasta me sentía confuso sobre qué debería estudiar, sobre si estaba estudiando la carrera correcta. La media me rozaba el 5.5, algo bochornoso para alguien que venía de sobresalientes y notables en la ESO y Bachillerato y un 7 en la selectividad.

En tercero por fin empezamos a ver cositas de periodismo. Evidentemente mi media empezó a subir, no era difícil. Cayó el primer 9 de la carrera y un día un compañero que no voy a citar (y que no había estudiado conmigo los dos primeros años, no conocía mi pasado) me dijo: «Oye, ¿pero tú como estás sacando notables si siempre suspendes?«. Valiente gilipollas. La cara que se me quedó fue épica, por supuesto. Para que quede constancia: él nunca ha trabajado en un medio de comunicación. Pero sí, tenía razón: en España y nuestro sistema educativo, la nota importa más que la persona, somos números. En medicina, arquitectura o ingeniería lo entiendo. ¿En periodismo? Bueno, así le va al sector.

En los dos últimos años tuve alguna asignatura guay: reporterismo, radio o comunicación corporativa (y también seguíamos teniendo mucha morralla), pero sobre todo fueron algunos profesores los que marcaron la carrera. Aprender a lo que es ser periodista no está en un libro, y mucho menos en un aula de 60 personas, todas diferentes, todas con distintas aspiraciones y sueños y un profesor que no sabe usar las redes sociales ni el PowerPoint. Trabajé 8 meses en la COPE, 4 en RAC 1, 3 más en L’Esportiu de Catalunya y otros 5 en la Cadena SER. Una sola hora en cada uno de los medios valió más la pena que 4 años de carrera. La media, por cierto, me quedó por encima de 7.1. 

Cuando acabé la carrera (las dos últimas asignaturas, Ética y Estructura de la Comunicación) me hice la pregunta que todo el mundo se hace: ¿por qué he estudiado periodismo? La lógica impera en mi vida: soluciones basadas en el sentido común, la ciencia o la experiencia, respuestas a todo, nada de filosofías, coaching o creencias en los Siete Dioses, Antiguos o Nuevos. Entonces, ¿por qué? Hoy, 3 años y pico más tarde, sigo sin saber la respuesta; fue una decisión de un niño que quería salvar el mundo. Y no me arrepiento.